Hay una serie de cosas que confunden mucho a la población, en materia alimentaria. ¿Porqué hace años se decía que un alimento era malo o bueno, y hoy todo lo contrario? (como le ha pasado al huevo para los que padecen enfermedades cardiovasculares). Podemos encontrar aquí una buena respuesta.

Pero hay más. Con mucha frecuencia se queja la gente de los diferentes consejos dietéticos que recibe en función del profesional al que acuda y de las contradictorias informaciones al respecto que se encuentran en blogs y noticias. Y no le falta razón. Las discrepancias en nutrición están a la orden del día. En pocas ciencias existen tantas controversias.

Incluso, puestos a hacer búsquedas en publicaciones científicas, vemos que ni siquiera entre los investigadores existe unanimidad. Hay estudios para todo tipo de alimentos y de dietas, y de todos y todas encuentras conclusiones a favor y en contra.

¿A qué se debe?

Al margen de otros aspectos relacionados con intereses comerciales, falta de rigor o sensacionalismo, que trataremos en otro post (al que llamaremos «Discrepancias en nutrición (II)»), vamos a pasar a mencionar una serie de factores que están ahí y no se pueden cambiar, pero que impiden que se obtengan las mismas indicaciones según la fuente a la que se acuda:

  • La investigación en el campo de la nutrición-salud no tiene tanto recorrido como en otras áreas,  y en muchos casos no se tienen evidencias suficientes como para hacer afirmaciones rotundas. Esto en parte se debe a:
  1. Éticamente no se pueden controlar todos los factores en una investigación sobre alimentación en humanos; no podemos someter a grupos de población a ciertas pautas dietéticas que ya a priori se sospecha que pueden no ser saludables. 
  2. No hay dietas puras. Cada persona cocina a su manera, añade diferentes cantidades de diferentes ingredientes, por más que pretendamos hacer la misma comida.
  • La gran variedad en las características individuales y poblacionales (genéticas, fisiológicas…) hace que sea complicado dar indicaciones que sirvan para todos. Por ejemplo, que los japoneses consuman algas de manera habitual no significa que nosotros podamos hacerlo sin riesgos, pues nuestro organismo no está preparado para asimilar tanto yodo. 
  • Una cosa es divulgar (a población general) y otra dar indicaciones personalizadas. Las pautas pueden diferir bastante cuando se trata a personas concretas, con sus realidades y características.

Lo bueno de todo es que sí que hay muchas cosas entorno a las que hay una evidencia clara: el consumo alto de azúcar, sal, alcohol, grasas saturadas, grasas trans, carnes rojas y cárnicos procesados y productos ultraprocesados… se relaciona con una buena cantidad de patologías. Por otro lado, la evidencia sobre el beneficio de la lactancia materna, el consumo habitual de frutas, verduras, legumbres, frutos secos, la actividad física… es aplastante. Si en ello basamos nuestro estilo de estilo de alimentación y de vida, podemos estar seguros de que estamos protegiendo nuestra salud.

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