Mucha gente se sorprende cuando relacionamos emociones y nutrición; sin embargo, la alimentación emocional existe, y es algo que nos ocurre a todos de vez en cuando.
Motivos por los que comemos
Comer y pensar
En muchas ocasiones comemos, como es lógico, por hambre física. Sin embargo, te habrá pasado que a veces comes simplemente porque ha llegado la hora de comer, ¿ no es así?, o porque después de podrás comer por algún motivo, o porque crees que debes comer. A todo esto podemos llamarle algo así como hambre mental, pues son los pensamientos, las creencias, las planificaciones las que nos hacen comer, no el hambre en sí que tenemos en esos momentos. Si el hambre mental se nos va de las manos, en ocasiones podemos perder información que nuestro cuerpo nos manda: algo así puede ocurrir en ocaciones en la ortorexia.
Comer y disfrutar
A veces no tenemos especial hambre, pero pasamos por delante de una pastelería repleta de napolitanas rellenas de chocolate derretido y nos entran unas ganas enormes de comernos todo lo que vemos en la vitrina, o vemos como en un anuncio de la televisión (precisamente a la hora de después de cenar) una capa de helado crujiente es saboreada por un actor y corremos hacia el congelador a ver si nos queda uno de esos helados que venden en pequeños tamaños en el supermercado para que parezcan que es como no comerse nada. En estos casos, es el hambre sensorial la que entra en juego, el hambre que entra por los sentidos: la vista, el olfato, el oído, etc…
Comer y sentir
En otras ocasiones las emociones, tanto agradables (alegría, ilusión, esperanza, diversión) como incómodas ( ansiedad, tristeza, descontento, culpabilidad, desesperanza, etc.), son las que nos llevan a comer. Por ejemplo, estamos de fiesta y simplemente estamos tan alegres que nos da igual lo que comemos y en qué cantidad, queremos desinhibirnos y darnos ese homenaje debido a la euforia o la diversión. También se da el caso contrario: momentos en los que nos sentimos tan tristes, desanimados o cabreados, que comemos como si todo diera igual. En estos dos casos estamos llevando a cabo una alimentación emocional.
La alimentación emocional
Alimentación emocional con emociones agradables
Es decir, que las emociones están muy relacionadas con la alimentación, y siempre lo han estado. Esto, en sí, no es no bueno ni malo, pero es importante tomar conciencia de ello para saber lo que estamos haciendo cuando comemos debido a una emoción. Por ejemplo, si suelo llevar una alimentación saludable, realizo actividad física y llega una fiesta de cumpleaños en la que hay gran variedad de cosas apetitosas y tengo ganas de disfrutar de la fiesta, la alegría y la diversión pueden llevarme a comer sin atender a mis señales reales de hambre; bueno, tampoco es tan grave. Pero si tengo algún problema alimentario, ya sea físico como una intolerancia la gluten o problemas de azúcar, o un trastorno de la conducta alimentaria, o un problema de obesidad, y llega esa misma fiesta, y luego una merienda con amigos, y luego el catering de la empresa, etc… y no soy consciente de que las ganas de divertirme o compartir con mis amigos un momento de distensión me llevan a perjudicarme, entonces tengo que reflexionar sobre mi ingesta emocional.
Alimentación emocional con emociones incómodas
Del mismo modo, no hay que armar un drama si un día tristón te tomas un trozo de chocolate porque estás aburrido y todo el mundo parece haber hecho planes menos tú. Pero si cada vez que te sientes ansioso, deprimido, triste, enfadado, culpable… recurres a la comida para distraerte de esta emoción, la alimetación emocional puede provocarte un doble problema: por un lado, tu salud puede resentirse; por otro lado, al no atender adecuadamente a esas emociones, estás perdiendo una información valiosa sobre lo que te están diciendo, y puedes acumular problemas emocionales sin resolver. En los trastornos de la alimentación y la nutrición, como anorexia y bulimia entre otros, ocurre algo parecido.
Alimentación consciente
La mejor manera de relacionarnos bien con nuestra propia alimentación es tener en cuenta estos tipos de hambre, ser consciente de ellos. Saber estás comiendo por comer por hambre física, por hambre sensorial, por hambre mental o por hambre emocional. Darse cuenta es una información ya muy valiosa. A partir de ahí, según la frecuencia o las consecuencias que te esté acarreando este tipo de alimentación, podemos reflexionar sobre si supone un problema para nuestra salud o no. Por nuestra parte, te animamos a comer y, por supuesto, a beber, de modo consciente, con los que se llama el MindfulEating. Se trata de pararse a pensar cuánta hambre tienes, de qué tipo, elegir la ración en base a ello y comer con los cinco sentidos.
Beber por emociones
Todo lo dicho anteriormente, vale también para la bebida. Ya sean refrescos, cerveza, vino, café o cualquier tipo de bebida. En ocasiones bebemos porque es la hora del café, aunque no nos sintamos cansados, o porque queremos celebrar y pensamos que sólo podemos hacer con refrescos, o hemos tenido un mal día y queremos distraernos de él a base de cerveza. De nuevo, toma conciencia de por qué bebes y, simplemente, observa si es algo que no te plantea ningún problema o, por el contrario, sí lo hace. Desde el autoconocimiento es desde donde se toman las mejores decisiones. En ocasiones tenemos adicciones sobre las que no tenemos conciencia real.