¿Sabes que puede haber otros motivos por los cuales un niño es “mal comedor” (y no solo la inapetencia o la falta de variedad en sus comidas)?
Muchos papás y mamás nos consultan porque su hij@ es “mal comedor”. Suelen buscar pautas, recetas, consejos que les orienten a abordar un asunto que les preocupa o hasta le angustia.
Cuando afirmamos que nuestro hijo “come mal” o “come bien”, de alguna manera y sin pretenderlo, estamos etiquetándol@ como “ mal comedor” o “buen comedor”. Y es posible que esto, inconscientemente, nos predisponga a tener una determinada actitud hacia él/ella y su conducta alimentaria.
Al considerarle un “niño mal comedor”:
- puede que simplemente aceptemos o asumamos que quizás nunca va a llegar a comer como nos gustaría y bajemos mucho nuestras expectativas. Esto entonces acaba por condicionarnos a la hora de ofrecerle alimentos saludables “No se lo pongo porque no se lo va a comer”.
- O puede que (mucho peor), a la desesperada, lleguemos a coaccionarle, obligarle a comer o castigarle por no hacerlo .
En relación a esta segunda posibilidad, The British Journal of Nutrition, publicaba en 2008 un artículo en el que argumentaba que ejercer un control excesivo sobre qué y cuánto comen los niños, pueden contribuir a problemas de alimentación en los niños. Además, obligar a comer a los niños puede generar aversiones (como lo que pasó con las típicas lentejas que a muchos les obligaron a comer en el cole) y trastornos alimentarios.
Al considerarle un niño “mal comedor”, podemos estar dando por hecho ciertas cosas.
Imaginemos el siguiente escenario. Son las 20h de la tarde, Marta y Mauro están jugando en casa y su papá prepara la cena. Cinco minutos antes de llamarles a lavarse las manos y poner la mesa, ambos hermanitos discuten por un juguete. “Papaaaá, Marta no me deja la pizarraaaa”. Tras una pequeña conversación entre los 3 la situación se resuelve a favor de Marta y Mauro se cruza de brazos, ceño fruncido. A continuación se lava las manos y pone la mesa a regañadientes. Cuando su papá le sirve la cena, la frase que surge inmediatamente de su boca es “¡No me gusta!” Su papá se quedan algo confundido. Es consciente de que no es la cena preferida de Mauro, pero el otro día se la comió sin poner pegas. Su papá insiste, trata de convencerle porque Mauro no es un niño que coma mucho y le gustan muy pocas cosas. Maura se reitera en que no quiere “porque no le gusta”.
¿Por qué dicen “no me gusta” cuando quieren decir “estoy enfadado”?
Efectivamente, a los niños, especialmente los más pequeños, les cuesta expresarse y manifestar lo que realmente les pasa. ¿Cuántas veces han dicho “ésto no me gusta” cuando hace una semana se lo estaban comiendo sin problemas e incluso disfrutándolo?
Podemos estar dando por hecho que no le gusta cuando en realidad no es del todo o nada así. En el ejemplo anterior parece que Mauro quería decir “estoy enfadado”, o al menos “eso no me gusta mucho y encima estoy enfadado, así que hoy no me apetece hacer el esfuerzo de comermelo”.
Otras veces dicen “no me gusta” cuando lo que quieren decir es “no me apetece”, “estoy triste”, “estoy cansado”, “me esperaba otra cosa”, “no tengo hambre”…. Cualquiera de estas cosas a los niños les pasa muy a menudo. Si encima nuestros hijo es como Mauro que come poca cantidad y variedad (lo cual no tiene por qué ser necesariamente y en todos los casos algo de lo que preocuparse), al final podemos acabar interpretando que tenemos un hijo mal comedor.
¿Cuál sería la mejor manera de abordar esa situación? ¿Prepararle otro plato? No estaríamos dándole la oportunidad de que le llegue a gustar. ¿Enfadarnos y acabar insistiéndole, obligándole etc, etc,etc? Conseguiríamos más cosas si nos acercaramos a él, le preguntáramos qué le pasa, si es que sigue enfadado, le dijéramos que le comprendemos y le animáramos a empezar. Aún así, puede que no esté receptivo o insista en que no quiere.
Si están tranquilos y contentos, o están enfadados, tristes o decepcionados pero no se sienten amenazados… es más fácil que acaben aceptando comer, aunque sea solo un poquito, lo que no les gusta mucho. Esto jugaría a favor de que vayan educando su paladar a sabores que finalmente, con el tiempo, puede que acepten mejor e incluso ellos mismos elijan.
Si dicen “no tengo hambre” o “no quiero” lo mejor directamente es no insistir demasiado, respetarlo o como mucho indagar por si es otra cosa (también podría ser que no se encuentra bien, le duele el estómago…).
Claro que para todo este “abordaje” la primera condición sin duda es que los adultos respiremos hondo y nos armemos de paciencia… lo cual no siempre es fácil, pero merece mucho la pena.
Entendamos este tipo de situaciones como su forma de expresar algo.
Las circunstancias particulares, los matices que en cada casa y en cada caso se dan, hacen difícil dar con la pócima mágica para todos, pero os animamos a mantener ante todo mucha calma y a intentar traducir lo que está vuestro hijo queriendo comunicaros antes de sacar conclusiones
No podemos olvidar que, la falta de apetito puede venir también de otras causas
Mucho ánimo y hasta pronto!
CRISTINA GARCÍA TÉBAR (Dietista de de NUTRIEMOCIÓN)